2020-08-31 0 comentarios

Bordas de hielo

 Vengo a verte pasar todos los días,
vaporcito encantado siempre lejos...
Tus ojos son dos rubios capitanes;
tu labio es un brevísimo pañuelo
rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día,
embriagada de tiempo y de crueldad,
vaporcito encantado siempre lejos,
la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos
de mujer que pasó!
Tus fríos capitanes darán orden;
y quien habrá partido seré yo...!
—César Vallejo. Bordas de hielo. Los heraldos negros.



2020-08-30 0 comentarios

ESTRELLA VESPERTINAS

Fue en pleno verano,
a medianoche,
y las estrellas, en sus órbitas,
lucían pálidas, en compañía de la luz,
más brillante, de la fría luna;
entre los planetas, sus siervos,
ella, en los cielos;
su destello, sobre las olas
Contemplé por un instante
su fria sonrisa,
tan fría-tan fría para mí
cruzó, como sudario,
una nube de algodón,
y te miré, a ti,
orgullosa Estrella Vespertina,
en tu lejana gloria;
y tu destello más amado fuera,
pues es alegría para mi corazón,
pues eres la orgullosa parte
que se sostiene en el Cielo, de noche,
y más admiro
tu lejano fuego
que aquella luz sumisa, más fría.
—Edgar Allan Poe. Estrella vespertina. Poemas.


2020-08-29 0 comentarios

Hoy me levanté bien...

 Hoy me levanté bien
ya no quiero estar más triste.
Quiero sentirme
como antes que se acabara el mundo,
leer una greguería de Ramón,
una genialidad de Girondo,
unos versos del gran Nicanor;
Quiero sentirme
Como antes
cuando te tenía sola
para mí
a las 10 de la mañana en punto.
Quiero sentirme bien,
quiero que te sientas bien.
—Jesús Guillermo. good. Soñando realidades.


2020-08-28 0 comentarios

YO SÉ BIEN QUE NO ESTÁS

 Yo sé bien que no estás, 
no estás, 
aunque quisiera que estuvieses.
Llama en el viento, llama
en medio de la habitación,
pero no estás, no estás
aunque quisiera.
—Rafael Alberti. Yo sé bien que no estás. Poemas diversos.


2020-08-27 0 comentarios

Me remuerde la soledad...

 Me remuerde la soledad
Pero escucho mejor,
me oigo temblando en ella
y me preparo, me ejercito en ella
para todas las cosas que me llaman
ya fuera de su ámbito.
—Rafael Alberti. Diario de un dia. Canciones del alto valle del Aniene.


2020-08-26 0 comentarios

MURIÓ

se dio vuelta pal rincón
estiró la pata
entregó la herramienta
se nos fue
se enfrió
dobló la esquina
pasó a mejor vida
cagó fuego
cagó fierro
cagó pila
recuperó su imagen inicial
se fue de espalde-loro
cagó pistola
no llore comadre
el compadre sabe lo que hace
entregó su alma al Señor
estiró la chalupa
pasó a decorar el Oriente Eterno
—Nicanor Parra. Murió. Hojas de Parra.



2020-08-25 0 comentarios

Integraciones

Después de todo te amaré
como si fuera siempre antes
como si de tanto esperar
sin que te viera ni llegaras
estuvieras eternamente
respirando cerca de mí
—Pablo Neruda. Integraciones. El corazón amarillo.


2020-08-24 0 comentarios

Lo que somos es para algo que no somos.

 Lo que somos es para algo que no somos.

—Antonio Porchia. Voces inéditas.



2020-08-23 0 comentarios

ANTIORACIÓN

            (Un reclamo por los poetas)
Ni aunque me dotaras con la lengua
y el tacto del Rey Salomón,
Ni aunque me dictaras un bello Cantar
que abreve en labios de alguna moabita,
Ni recibiendo en dádiva a la hija del Faraón,
Ni por un caballo negro
que chapotee en la lluvia
y piafe bajo un cielo de olivos,
Ni por la dignidad del viento
o de un gran señor en las viñas de Baal,
Ni a cambio de un prospero comercio
de toneles de vino y bosques de olor,
Lograré entender, Señor,
que en la lengua de John Donne,
en la misma de tu hijo William Blake,
Se sigan ordenando las matanzas.
—Juan Manuel Roca


2020-08-22 0 comentarios

Cómo será pregunto

Cómo será tocarte a mi costado.
Ando de loco por el aire
que ando que no ando.
Cómo será acostarme
en tu país de pechos tan lejano.
Ando de pobre cristo a tu recuerdo
clavado, reclavado.
Será ya como sea.
Tal vez me estalle el cuerpo todo lo que he
esperado.
Me comerás entonces dulcemente
pedazo por pedazo.
Seré lo que debiera.
Tu pie. Tu mano.
—Juan Gelman, El juego en que andamos.


2020-08-21 0 comentarios

Debí decir te amo...

 Debí decir te amo.
Pero estaba el otoño haciendo señas,
clavándome sus puertas en el alma.
—Juan Gelman. Presencia del otoño. El juego en que andamos.


2020-08-20 0 comentarios

EL JUEGO EN QUE ANDAMOS

Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta salud de saber que estamos muy enfermos,
esta dicha de andar tan infelices.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
esta inocencia de no ser un inocente,
esta pureza en que ando por impuro.
Si me dieran a elegir, yo elegiría
este amor con que odio,
esta esperanza que come panes desesperados.
Aqui pasa, señores,
que me juego la muerte.
—Juan Gelman. El juego en que andamos. El juego en que andamos.


2020-08-18 0 comentarios

Siempre llega mi mano...

 Siempre llega mi mano
mas tarde que otra mano que se mezcla a la mía y torna una mano.
Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse  adonde yo me siento.
Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.
Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.
—Oliverio Girondo. Dicotomía incruenta. Persuasión de los días.


2020-08-17 0 comentarios

SOLO

 Solo,
con mi esqueleto,
mi sombra,
mis arterias,
como un sapo en su cueva,
asomado al verano,
entre miles de insectos
que saltan,
retroceden,
se atropellan,
fallecen;
en una delirante actividad sin rumbo,
inútil,
arbitraria,
febril,
idéntica a la fiebre
que sufren las ciudades.
—Oliverio Girondo. Nocturnos. Persuasión de los días.


2020-08-16 0 comentarios

No soy yo quien escucha...

 No soy yo quien escucha
ese trote llovido que atraviesa mis venas.
No soy yo quien se pasa la lengua entre los labios,
al sentir que la boca se me llena de arena,
No soy yo quien espera,
enredado en mis nervios,
que las horas me acerquen el alivio del sueño,
ni el que está con mis manos, de yeso enloquecido,
mirando, entre mis huesos, las áridas paredes
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas,
—Oliverio Girondo. Nocturnos. Persuasión de los días.

2020-08-14 0 comentarios

Hace frío

 Hace frío
Hay que tener paciencia con el sol
Hace cuarenta días
Que no se le ve por ninguna parte...
— Nicanor Parra, Poemas para combatir la calvicie.


2020-08-13 0 comentarios

Las mujeres

 En una de las cartas que Eleanor
le había enviado, se leyó lo siguiente:
«Se que hay muchachas con el cuerpo mejor formado,
pero esto no me preocupa.
Yo gozo de la mayor felicidad:
eres un hombre digno y nuestro amor
es profundo, verdadero, eterno.
Mi corazón es tuyo, mi vida es tuya.
Puede que mi cuerpo no sea bello,
puede que mi piel no sea bella,
pero yo te pertenezco para Siempre..»
—Roque Dalton. Las mujeres. Un libro levemente odioso.


2020-08-12 0 comentarios

EPIGRAMA

Somos la pareja menos infinita y menos adánica que podría encontrarse en estos últimos 30 años de Historia.
Desde el punto de vista muscular
apenas hemos hecho poco más que dos perros.
Desde el ángulo cultural
hemos despertado bien pocas envidias.
Pero este amor nos ha devuelto mejorados al mundo y, entre nosotros, inolvidables.
Ahora vamos a hacer que alguien sonría
o paladee un pedacito de dulce tristeza
hablando de nuestro amor en este poema.
—Roque Dalton. Epigrama. El amor me cae más mal que la primavera.


2020-08-11 0 comentarios

Agradezcamos que cuando estamos juntos...

 Agradezcamos que cuando estamos juntos aún no nos sentimos completos: ello nos obliga a ver por la ventana, hacia afuera.
Gocémonos hasta en nuestras ínfimas llagas:
ello nos permitirá menospreciar la cicatriz,
dejar para el dolor el mejor rincón de la memoria, y a la plena sanidad, la acción.
Digamos la afirmación que el otro ha puesto en duda.
Esperemos del otro lo que no esperamos que él espere de nosotros.
El amor llega a ser un diamante por la posibilidad que
tuvo de ser ceniza.
Tú, que me haces como tú misma.
Queriéndome herir, me comunicas
y mi traición es tu nueva riqueza.
Tú, que eres yo mismo.
—Roque Dalton. Matthew. Taberna y otros lugares.


2020-08-10 0 comentarios

Sangrando estoy todavía...

 Sangrando estoy todavía
de un cariño que me hirió.
No me compadezca nadie
que el mal lo he buscado yo.
—Roque Dalton. Bomba. Las historias prohibidas del Pulgarcito


2020-08-09 0 comentarios

El gran despecho

País mio no existes
Solo eres una mala silueta mía
una palabra que le creí al enemigo
antes creía que solamente eras muy chico
que no alcanzabas a tener de una vez Norte y Sur
pero ahora sé que no existes
y que además parece que nadie te necesita
no se oye hablar a ninguna madre de ti
Ello me alegra
porque prueba que me inventé un país
aunque me deba entonces a los manicomios
Soy pues un diocesillo a tu costa
(Quiero decir: por expatriado yo, tu eres ex patria)
—Roque Dalton


2020-08-08 0 comentarios

EL ASESINO DE PAPÁ NOEL

De la obra 'El idioma de los gatos'
Hubo una vez una persona que terminó con las guerras para siempre, al asesinar a 42 Papás Noel.
Todo empezó unos diez días antes de Navidad, cuando un Papá Noel del Ejército de Salvación fue asesinado en un barrio.
Un diario de la mañana traía la noticia, pero al día siguiente otros cinco Papás Noel fueron asesinados y el hecho apareció en la primera plana de todos los diarios del país.
Cuatro de ellos fueron asesinados mientras recolectaban fondos para el Ejército de Salvación, y el quinto fue apuñalado en la sección Juguetería de Gimbel's.
¡La gente se sintió ultrajada! ¡Cómo se indignaron! Pensaban qué monstruo, qué engendro debía ser ese tipo, quiero decir, arruinarles la Navidad a los chicos asesinando a Papá Noel.
No se preocupaban por las vidas verdaderas de los hombres asesinados, tan sólo era el efecto que causaría a los chicos lo que molestaba a todos.
De manera que al día siguiente la ciudad estaba llena de policía metropolitana y estatal, agentes del FBI y hasta algunos funcionarios de Inteligencia de la Marina, agentes del Tesoro y funcionarios del Departamento de Justicia, todos los cuales encontraron pretextos para intervenir en el caso y otros diez Papás Noel fueron muertos y no se atrapó al esquivo asesino.
Así que aquella noche todos los Papás Noel que estaban trabajando convocaron a una reunión secreta para decidir qué hacer.
Se daban cuenta de sus responsabilidades para con los chicos, pero por el otro lado, les parecía una especie de locura salir a la calle y ser atacados por este maniaco.
De modo que un hombre, que era valiente y no tenía a nadie que dependiera de él, se ofreció para salir al otro día, disfrazado y con una fuerte guardia armada.
Pero le cortaron la garganta en su cama, aquella noche.
Así que al otro día no había Papás Noel en la ciudad.
Y la gente estaba algo así como irritable y nerviosa, y los chicos lloraban, y no parecía Navidad sin los Papás Noel.
Pero al día siguiente, una volátil mujercita de Hollywood una actriz que buscaba publicidad, salió vestida de Mamá Noel.
Y la gente y sus chicos se agolparon en torno de ella, ya que era lo más aproximado a Papá Noel que andaba por la calle, y consiguió un montón de publicidad, y no la mataron.
De modo que al día siguiente varias otras mujeres prominentes salieron todas vestidas de Mamá Noel, con el pelo empolvado de blanco y polleras coloradas y almohadones en sus vientres y sombreros de Papá Noel, y tampoco a ellas las mataron.
Decidieron que a lo mejor el maniaco había dejado de actuar, así que mandaron a la calle a un Papá Noel como globo de ensayo, pero una hora después su cuerpo era conducido en una ambulancia al Bellevue Hospital, con tres balas alojadas en él.
Así que la Navidad de ese año transcurrió con Mamás Noel.
Y el año siguiente empezó a ocurrir otra vez lo mismo, de modo que de inmediato mandaron a las mujeres otra vez a la calle.
Al año siguiente pasó la misma cosa; y el siguiente, y el siguiente: y año tras año, este paciente y esquivo maniaco mataba a cualquier varón vestido de Papá Noel, hasta que finalmente en los diarios, en la publicidad y en las mentes humanas, Papá Noel retrocedió hacia el fondo y Mamá Noel se convirtió en la figura principal.
Quiero decir que Papá Noel todavía estaba allí. Hacía los juguetes en el Polo Norte y se ocupaba de los elfos, pero era Mamá Noel la que viajaba en el trineo tirado por los renos y se deslizaba por la chimenea y repartía los regalos y encabezaba el desfile de Navidad cada año.
Y lo divertido era que a las mujeres parecía gustarles realmente ser Mamá Noel. Nadie tuvo que pagarles y se convirtió en una moda tal que las calles, en época de Navidad, estaban colmadas de Mamás Noel. Y a medida que el tiempo pasó, ellas empezaron a hacer pequeñas alteraciones en el traje tradicional, cambiando primero el matiz de rojo, y experimentando después con colores completamente distintos, hasta que al fin cada traje fue único y fantástico, hermosamente coloreado, bellísimo. Se convirtió en un verdadero honor el encabezar el desfile de Navidad.
¡Y a los chicos les encantó!
¡La Navidad nunca había sido así antes, con todas estas Mamás Noel y toda la excitación!
Pero estos chicos, esta nueva generación de chicos que creció creyendo en Mamá Noel, eran algo así como distintos.
Porque, fíjense, para los chicos muy pequeños Papá Noel es un dios.
Y para la época en que dejan de creer en Papá Noel, empiezan a ir a la Escuela Dominical y aprenden acerca de un nuevo Dios. Y este nuevo Dios no les hace regalos. Es un poco rudo.
Pero toda la vida anhelan a su antiguo dios de la infancia, a su dios Papá Noel.
Observen sus oraciones, lo que dicen: "dame lo que de-
seo". Pero esta nueva generación de chicos que crecieron creyendo en Mamá Noel parecía tener una actitud distinta hacia las mujeres.
Empezaron a elegir mujeres para el Congreso y eligieron a una mujer presidente y mujeres alcaldes, hasta que muy pronto el país entero estuvo gobernado por mujeres.
A ellas les preocupaban sobre todo cosas como la comida, y hubo mucha discusión en el Congreso acerca de varios regímenes, y bien pronto hasta los más pobres tuvieron mucho que comer; y estaban interesadas en las casas, y pronto ya no hubo escasez de viviendas.
Pero había una cosa que no apoyarían.
No pensaban hacerlo.
Quiero decir, ¿qué posible razón política haría que estas mujeres mandaran a sus hombres a ser matados?
¡Era ridículo!
De modo que con su poder político y su poder financiero y el prestigio de los Estados Unidos, obligaron y animaron a otros países a permitir que mandaran las mujeres.
Así la guerra terminó para siempre.
Los hombres siguieron haciendo lo que siempre habían hecho. Trabajaban en fábricas, y estudiaban matemática superior, y apostaban a caballos, y repartían el hielo, y discutían de filosofía.
Pero estas discusiones sobre filosofía no ocasionaban
que la gente se muriera de hambre y se matara entre sí.
Y muy pronto, en todo el mundo, nadie estaba hambriento, todos tenían lindas casas, ya no había guerra, la gente empezó a ser feliz.
Saben, cuando uno se detiene a pensar en ello, había ocurrido una revolución mundial.
Y 42 Papás Noel no es mucha gente muerta para una revolución mundial.
Pero el asesino o, en realidad, el santo a quien la humanidad tanto le debía, el que planeó y ejecutó esta revolución casi incruenta, nunca fue atrapado y crucificado.
Siguió viviendo.
No, nadie descubrió nunca la identidad de este santo:
es decir —ah—, salvo yo.
Yo sé quién es el santo.
Oh, no tengo ninguna prueba, pero es precisamente por
eso por lo que estoy tan seguro de que lo sé.
Porque hay una sola persona capaz de esto, hay una sola persona con el genio, la osadía, la imaginación, el valor, el amor a la gente, la avidez por la sangre y la paciencia requeridos para llevar a cabo ésta, la mayor de todas las acciones.
Esa persona es mi hermanita.
—Spencer Holst


2020-08-07 0 comentarios

Brillante silencio

Dos osos kodiak de Alaska formaban parte de un pequeño circo en que la pareja aparecía todas las noches en un desfile empujando un carro cubierto. A los dos les enseñaron a dar saltos mortales y volteretas, a sostenerse sobre sus cabezas y a danzar sobre sus patas traseras, garra con garra y al mismo compás. Bajo la luz de los focos, los osos bailarines, macho y hembra, fueron pronto los favoritos del público.
El circo se dirigió luego al sur, en una gira desde Canadá hasta California y, bajando por México y atravesando Panamá, entraron en Sudamérica y recorrieron los Andes a lo largo de Chile, hasta alcanzar las islas más meridionales de la Tierra de Fuego. Allí, un jaguar se lanzó sobre el malabarista y, después, destrozó mortalmente al domador. Los conmocionados espectadores huyeron en desbandada, consternados y horrorizados. En medio de la confusión, los osos escaparon. Sin domador, vagaron a sus anchas, adentrándose en la soledad de los espesos bosques y entre los violentos vientos de las islas subantárticas. Totalmente apartados de la gente, en una remota isla deshabitada y en un clima que ellos encontraron ideal, los osos se aparearon, crecieron, se multiplicaron y, después de varias generaciones, poblaron toda la isla. Y aún más, pues los descendientes de los dos primeros osos se trasladaron a media docena de islas contiguas. Setenta años después, cuando finalmente los científicos los encontraron y los estudiaron con entusiasmo, descubrieron que todos ellos, unánimemente, realizaban espléndidos números circenses.
De noche, cuando el cielo brillaba y había luna llena, se juntaban para bailar. Formaban un círculo con los cachorros y otros osos jóvenes, y se reunían todos al abrigo del viento, en el centro de un brillante cráter circular dejado por un meteorito que había caído en un lecho de creta. Sus paredes cristalinas eran de creta blanca, su suelo plano brillaba, cubierto de gravilla blanca, y bien drenado y seco. Dentro de él no crecía vegetación. Cuando se elevaba la luna, su luz, reflejada en las paredes, llenaba el cráter con un torrente de luz lunar, dos veces más brillante en el suelo del cráter que en cualquier otro lugar próximo. Los científicos supusieron que, en principio, la luna llena recordó a los dos osos primigenios la luz de los focos del circo y, por tal razón, bailaban bajo ella. Pero, podríamos preguntarnos, ¿qué música hacía que sus descendientes también bailaran?
Garra con garra, al mismo compás… ¿qué música oirían dentro de sus cabezas mientras bailaban bajo la luna llena en la aurora austral, mientras danzaban en brillante silencio?
—Spencer Holst


2020-08-06 0 comentarios

LA MUJER QUE NO

De la obra 'La ley de Herodes'
Debo ser discreto. No quiero comprometerla. La llamaré. En el cajón de mi escritorio tengo todavía una foto suya, junto con las de otras gentes y un pañuelo sucio de maquillaje que le quité no sé a quién, o mejor dicho sí sé, pero no quiero decir, en uno de los momentos cumbres de mi vida pasional. La foto de que hablo es extraordinariamente buena para ser de pasaporte. Ella está mirando al frente con sus grandes ojos almendrados, el pelo restirado hacia atrás, dejando al descubierto dos orejas enormes, tan cercanas al cráneo en su parte superior, que me hacen pensar que cuando era niña debió traerlas sujetas con tela adhesiva para que no se le hicieran de papalote; los pómulos salientes, la nariz pequeña con las fosas muy abiertas, y abajo... su boca maravillosa, grande y carnuda. En un tiempo la contemplación de esta foto me producía una ternura muy especial, que iba convirtiéndose en un calor interior y que terminaba en los movimientos de la carne propios del caso. La llamaré Aurora. No, Aurora no. Estela, tampoco. La llamaré ella.
Esto sucedió hace tiempo. Era yo más joven y más bello Iba por las calles de Madero en los días cercanos a la Navidad, con mis pantalones de dril recién lavados y trescientos pesos en la bolsa. Era un mediodía brillante y esplendorosa Ella salió de entre la multitud y me puso una mano en el antebrazo. "Jorge", me dijo ¡Ah, che la vita é bella! Nos conocemos desde que nos orinábamos en la cama (cada uno por su lado, claro está), pero si nos habíamos visto una docena de veces era mucho. Le puse una mano en la garganta y la besé. Entonces descubrí que a tres metros de distancia, su mamá nos observaba. Me dirigí hacia la mamá, le puse una mano en la garganta y la besé también. Después de eso, nos fuimos los tres muy contentos a tomar café en Sanborns. En la mesa, puse mi mano sobre la suya y la apreté hasta que noté que se le torcían las piernas; su mamá me recordó que su hija era decente, casada y con hijos, que yo había tenido mi oportunidad trece años antes y que no la había aprovechado. Esta aclaración moderó mis impulsos primarios y no intenté nada más por el momento. Salimos de Sanborns y fuimos caminando por la alameda, entre las estatuas pornográficas, hasta su coche que estaba estacionado muy lejos. Fue ella, entonces, quien me tomó de la mano, y con el dedo de en medio, me rascó la palma, hasta que tuve que meter mi otra mano en la bolsa, en un intento desesperado de aplacar mis pasiones. Por fin llegamos al coche, y mientras ella se subía, comprendí que trece años antes no sólo había perdido sus piernas, su boca maravillosa y sus nalgas tan saludables y bien desarrolladas, sino tres o cuatro millones de muy buenos pesos. Fuimos a dejar a su mamá que iba a comer no importa dónde. Seguimos en el coche, ella y yo solos y yo le dije lo que pensaba de ella y ella me dijo lo que pensaba de mi. Me acerqué un poco a ella y ella me advirtió que estaba sudorosa, porque tenía un oficio que la hacía sudar. "No importa, no importa." Le dije olfateándola. Y no importaba. Entonces, le jalé el cabello, le mordí el pescuezo y le apreté la panza...hasta que chocamos en la esquina de Tamaulipas y Sonora.
Después del accidente, fuimos al Seps de Tamaulipas a tomar ginebra con quina y nos dijimos primores.
La separación fue dura, pero necesaria, porque ella tenía que comer con su suegra. "¿Te veré?" "Nunca más." "Adiós, entonces." "Adiós." Ella desapareció en Insurgentes, en su poderoso automóvil, y yo me fui a la cantina el Pilón, en donde estuve tomando mezcal de San Luis Potosí y cerveza, y discutiendo sobre la divinidad de Cristo con unos amigos, hasta las siete y media, hora en que vomité. Después me fui a Bellas Artes en un taxi de a peso.
Entré en el foyer tambaleante y con la mirada torva. Lo primero que distinguí, dentro de aquel mar de personas insignificantes, como Venus saliendo de la concha... fue a ella.
Se me acercó sonriendo apenas, y me dijo: "Búscame mañana, a tal hora, en tal parte"; y desapareció.
¡Oh, dulce concupiscencia de la carne! Refugio de los pecadores, consuelo de los afligidos, alivio de los enfermos mentales, diversión de los pobres, esparcimiento de los intelectuales, lujo de los ancianos. ¡Gracias, Señor, por habernos concedido el uso de estos artefactos, que hacen más que palatable la estancia en este Valle de Lagrimas en que nos has colocado!
Al día siguiente acudí a la cita con puntualidad. Entré en el recinto y la encontré ejerciendo el oficio que la hacía Sudar copiosamente. Me miró satisfecha, orgullosa de su pericia y un poco desafiante, y también como diciendo: "Esto es para ti" Estuve absorto durante media hora, admirando cada una de las partes de su cuerpo y comprendiendo por primera vez la esencia del arte a que se dedicaba. Cuando hubo terminado, se preparó para salir, mirándome en silencio: luego me tomó del brazo de una manera muy elocuente, bajamos una escalera y cuando estuvimos en la calle, nos encontramos frente a frente con su chingada madre.
Fuimos de compras con la vieja y luego a tomar café a San borns otra vez. Durante dos horas estuve conteniendo algo que nunca sabré si fue un sollozo o un alarido. Lo peor fue que cuando nos quedamos solos ella y yo, empezó con la cantaleta estúpida de: "iGracias, Dios mío, por haberme librado del asqueroso pecado de adulterio que estaba a punto de cometer!"
Ensayé mis recursos más desesperados, que consisten en una serie de manotazos, empujones e intentos de homicidio por asfixia, que con algunas mujeres tienen mucho éxito, pero todo fue inútil; me bajó del coche a la altura de Félix Cuevas.
Supongo que se habrá conmovido cuando me vio parado en la banqueta, porque abrió su bolsa y me dio el retrato famoso y me dijo que si algún día se decidía (a cometer el pecado), me pondría un telegrama.
Y esto es que un mes después recibí, no un telegrama, sino un correograma que decía: "Querido Jorge: búscame en el Konditori, el día tantos a tal hora (p.m.) Firmado: Guess who?" (Advierto al lector no avezado en el idioma inglés que esas palabras significan "adivina quién".) Fui corriendo al escritorio, saqué la foto y la contemplé pensando en que se acercaba la hora de ver saciados mis más bajos instintos.
Pedí prestado un departamento y también dinero, me vestí con cierto descuido, pero con ropa que me quedaba bien, caminé por la calle de Génova durante el atardecer y llegué al Konditori con un cuarto de hora de anticipación. Busqué una mesa discreta, porque no tenía caso que la vieran conmigo un centenar de personas, y Cuando encontré una me senté mirando hacia la calle; pedí un café, encendí un cigarro y esperé. Inmediatamente empezaron a llegar gentes conocidas, a quienes saludaba con tanta frialdad que no se atrevían a acercárseme.
Pasaba el tiempo.
Caminando por la calle de Génova pasó la Joven N, quien en otra época fuera el Amor de mi Vida, y desapareció. Yo le di gracias a Dios.
Me puse a pensar en cómo vendría vestida y luego se me ocurrió que en dos horas más iba a tenerla entre mis brazos, desvestida... La Joven N volvió a pasar, caminando por la calle de Génova, y desapareció. Esta vez tuve que ponerme una mano sobre la cara, porque la Joven N venía mirando hacia el Konditori.
Era la hora en punto. Yo estaba bastante nervioso, pero dispuesto a esperar ocho días si era necesario, con tal de tenerla a ella, tan tersa, toda para mí.
Y entonces, que se abre la puerta del Konditori, entra la Joven N, que fuera el Amor de mi Vida, cruza el restorán y se sienta enfrente de mí, sonriendo y preguntándome: "Did you guess right?"
Solté la carcajada. Estuve riéndome hasta que la Joven se puso incómoda; luego, me repuse, platicamos un rato apaciblemente, y por fin, la acompañé a donde la esperaban unas amigas para ir al cine.
Ella, con su marido y sus hijos, se había ido a vivir a otra parte de la República.
Una vez, por su negocio, tuve que ir precisamente a esa ciudad; cuando acabé lo que tenía que hacer el primer día busqué en el directorio el número del teléfono de ella y la llamé. Le dio mucho gusto oír mi voz y me invitó a cenar.
La puerta tenía aldabón y se abría por medio de un cordel. Cuando entré en el vestíbulo, la vi a ella, al final de una escalera, vestida con unos pantalones verdes muy entallados, en donde guardaba lo mejor de su personalidad. Mientras yo subía la escalera, nos mirábamos y ella me sonreía sin decir nada. Cuando llegué a su lado, abrió los brazos, me los puso alrededor del cuello y me besó. Luego, me tomó de la mano y mientras yo la miraba estúpidamente, me condujo a través de un patio, hasta la sala de la casa y allí, en un couch, nos dimos entre doscientos y trescientos besos... hasta que llegaron sus hijos del parque. Después, fuimos a darles de comer a los conejos.
Uno de los niños, que tenía complejo de Edipo, me escupía cada vez que me acercaba a ella, gritando todo el tiempo: "¡Es mia!" Y luego, con una impudicia verdaderamente irritante, le abrió la camisa y metió ambas manos para jugar con los pechos de su mamá, que me miraba muy divertida. Al Cabo de un rato de martirio, los niños se acostaron y ella y yo no fuimos a la cocina, para preparar la cena. Cuando ella abrið el refrigerador, empecé mi segunda ofensiva, muy prometedor por cierto, cuando llegó el marido. Me dio un ron Batey y me llevó a la sala en donde estuvimos platicando no sé que tonterías. Por fin estuvo la cena. Nos sentamos los tres a la mesa, cenamos y cuando tomábamos el café, sonó el teléfono. El marido fue a contestar y mientras tanto, ella empezó a recoger los platos, y mientras tanto, también, yo le tomé la mano a ella y se la besé en la palma, logrando, con este acto tan sencillo, un efecto mucho mayor del que había previsto: ella salió del comedor tambaleándose, con un altero de platos sucios. Entonces regresó el marido poniéndose el saco y me explicó que el telefonazo era de la terminal de camiones, para decirle que acababan de recibir un revólver Smith & Wesson calibre 38 que le mandaba su hermano de México, con no recuerdo qué objeto; el caso es que tenía que ir a recoger el revólver en ese momento; yo estaba en mi casa: allí estaba el ron Batey; allí, el tocadiscos; allí, su mujer. El regresaría en un cuarto de hora. Exeunt severaly: él vase a la calle; yo, voyme a la cocina y mientras él encendía el motor de su automóvil, yo perseguía a su mujer. Cuando la arrinconé, me dijo: "Espérate" y me llevó a la sala. Sirvió dos vasos de ron, les puso un trozo de hielo a cada uno, fue al tocadiscos, lo encendió, tomó el disco llamado Le Sacre du Sauwage, lo puso y mientras empezaba la música brindamos: habían pasado cuatro minutos. Luego, empezó a bailar, ella sola. "Es para ti", me dijo. Yo la miraba mientras calculaba en qué parte del trayecto es-taba el marido, llevando su mortífera Smith & Wesson calibre 38. Y ella bailó y bailó. Bailó las obras completas de Chet Baker, porque pasaron tres cuartos de hora sin que el marido regresara, ni ella se cansara, ni yo me atreviera a hacer nada. A los tres cuartos de hora decidí que el marido, con o sin Smith & Wesson, no me asustaba nada. Me levanté de mi asiento, me acerqué a ella que seguía bailando como poseída Y, con una fuerza completamente desacostumbrada en mí, la levanté en vilo y la arrojé sobre el couch. Eso le encantó. Me lancé sobre ella como un tigre y mientras nos besamos apasionadamente, busqué el cierre de sus pantalones verdes y cuando lo encontré, tiré de él. y ¡mierda!, ¡que no se abre! Y no se abrió nunca. Estuvimos forcejeando, primero yo, después ella y por fin los dos, y antes regresó el marido que nosotros pudiéramos abrir el cierre. Estábamos jadeantes y sudorosos, pero vestidos y no tuvimos que dar ninguna explicación.
Hubiera podido, quizá, regresar al día siguiente a terminar lo empezado, o al siguiente del siguiente o cualquiera de los mil y tantos que han pasado desde entonces. Pero, por una razón u otra nunca lo hice. No he vuelto a verla. Ahora, sólo me queda la foto que tengo en el cajón de mi escritorio, y el pensamiento de que las mujeres que no he tenido (como ocurre a todos los grandes seductores de la historia) son más numerosas que las arenas del mar.
—JORGE IBARGÜENGOITIA


2020-08-05 0 comentarios

LA FE

De la obra 'Algo que te concierne'
En Londres han destituido a un pastor protestante por no creer en Dios. En Londres es que no han leído a Unamuno, cuyo san Manuel Bueno era santo y ateo al mismo tiempo. Tampoco han leído a Blanchot; si no, sabrian que no es un requisito indispensable creer en Dios para creer en Dios, o sea, que lo malo de no creer en Dios es que afirmas su existencia en el momento mismo de negarla, no tienes salida. Parece un círculo vicioso, qué le vamos a hacer.
Por otra parte, quienes más creen en Dios son los que con mayor furor le niegan. Acuérdense de los Torquemadas y cía de la Inquisición, que revolvían con una mano entre los intestinos de sus condenados mientras sujetaban los evangelios con la otra. No hay más que leer un par de capítulos de la historia de la Iglesia para cerciorarse de que Dios no exıste, aunque esta negación nos coloque a sus pies.
Es decir, que la gente que cree mucho en Dios es sumamente peligrosa, como la que cree mucho en la patria, o en Rey (por Dios, por la patria y el Rey murieron nuestros padres), pero también hay que llevar cuidado con los que creen a pies juntillas en el colesterol, en la dieta mediterránea, en Felipe González o en los efectos perjudiciales del tabaco. Una vez que adquieres la fe en algo, esa fe te devora y rompe todos los espejos que no la reflejan.
Lo ideal, desde luego, sería no creer en nada (en agosto es más fácil, por el calor); lo que pasa es que cuando dejas de creer en todo te empieza a entrar una piedad general por las cosas, incluido tú mismo, que te dan ganas de echar una mano aquí y allá, y así, casi sin darte cuenta, te vas volviendo bondadoso, y esta bondad te ablanda y te lleva a creer de nuevo en las flores y en Dios y en Felipe González y en el colesterol y en los efectos perjudiciales del tabaco. No tenemos remedio.
—JUAN JOSÉ MILLÁS


2020-08-04 0 comentarios

OSMAN PUNICHEK

De la obra 'El animal que todos llevamos dentro'
Cuando Osman Punichek nació, sus padres pusieron el grito en el cielo; el pequeño era retrasado mental. Pero la ira de los Punichek fue dirigida a los dioses, al destino, a la mala suerte. Osman no la sufrió. Al contrario, sus padres lo trataron con cariño y especial consideración. A veces hasta se echaban a sí mismos la culpa de que su hijo fuera retrasado mental. «¿No será algo que comí?», solía decir la madre.
Largamente se discutió en la familia si Osman debería concurrir a una escuela normal o a una especial para retrasados mentales. Finalmente se resolvió lo primero, y Osman supo retribuir a sus padres el favor de tal elección con una excelente escolaridad. Se destacaba por sobre todos sus compañeros en las asignaturas científicas y humanísticas, y en deportes no había quien lo batiera. Las sobresalientes calificaciones de Osman enorgullecían doblemente a sus padres, ya que no sólo eran meritorias de por sí, sino también,
y muy especialmente, por ser las calificaciones de un retrasado mental. Por si esto fuera poco, Osman gozaba de una constitución física privilegiada y era muy apuesto quizá como compensación de la Naturaleza por su retraso mental.
Ya desde su más temprana adolescencia las chicas se peleaban por salir con él. Algunas, es cierto, cuando se enteraban de que Osman era retrasado, se arrepentían y le decían:" "Hoy no, Osman, tal vez en otra ocasión". Pero en general la deficiencia de Osman no era óbice para que él cultivara todos tipo de romances, desde los más apasionados y efímeros hasta los más sólidos y duraderos, como el que aún sostiene con su actual esposa, la distinguida licenciada Muriel Van Jaen.
Osman conoció a Muriel en el marco del Cuarto Ciclo de Conferencias sobre Semiología Médica realizado en Princeton. Esa materia no fue nunca la especialidad de Osmar pero sus trabajos sobre el tema habían interesado sobremanera al comité organizador, sobre todo teniendo en cuenta que eran trabajos de un retardado mental.
Desde sus épocas de universitario, el hobby de Osma Punichek es el ajedrez. La revista soviética 64 publicó recientemente el desarrollo de la partida amistosa que Osman le ganó al campeón de Hungría. El artículo consigna que este jugador comentó, al término del encuentro: "Es la primera vez en mi vida que pierdo contra un retrasado mental".
Cuando Osman Punichek recibió el Premio Nobel de Física, en mérito a su notable reformulación de la mecánica cuántica, donó todo el dinero a la Fundación Riggelman, entidad que subvenciona en el mundo entero programas de atención a retardados mentales. "Sé que mi deficiencia es congénita y que tendré que cargar con ella toda mi vida", declaró a la prensa en la oportunidad, "pero quiero ayudar a que las nuevas generaciones de retardados tengan un buen pasar"
—LEO MASLIAH


2020-08-03 0 comentarios

Réquiem con tostadas

Del texto 'Cuentos Completos' Alfaguara.
Sí, me llamo Eduardo. Usted me lo pregunta para entrar de algún modo en conversación, y eso puedo entenderlo. Pero usted hace mucho que me conoce, aunque de lejos. Como yo lo conozco a usted. Desde la época en que empezó a encontrarse con mi madre en el café de Larrañaga y Rivera, o en éste mismo. No crea que los espiaba. Nada de eso. Usted a lo mejor lo piensa, pero es porque no sabe toda la historia. ¿O acaso mamá se la contó? Hace tiempo que yo tenía ganas de hablar con usted, pero no me atrevía. Así que, después de todo, le agradezco que me haya ganado de mano. ¿Y sabe por qué tenía ganas de hablar con usted? Porque tengo la impresión de que usted es un buen tipo. Y mamá también era buena gente.
No hablábamos mucho ella y yo. En casa, o reinaba el silencio, o tenía la palabra mi padre. Pero el Viejo hablaba casi exclusivamente cuando venía borracho, o sea casi todas las noches, y entonces más bien gritaba. Los tres le teníamos miedo: mamá, mi hermanita Mirta y yo. Ahora tengo trece años y medio, y aprendí mu-chas cosas, entre otras que los tipos que gritan y castigan e insultan, son en el fondo unos pobres diablos. Pero entonces yo era mucho más chico y no lo sabía. Mirta no lo sabe ni siquiera ahora, pero ella es tres años menor que yo, y sé que a veces en la noche se despierta llorando. Es el miedo. ¿Usted alguna vez tuvo miedo? A Mirta siempre le parece que el Viejo va a aparecer borracho, y que se  va a quitar el cinturón para pegarle. Todavía no se ha acostumbrado a la nueva situación.
Yo, en cambio, he tratado de acostumbrarme. Usted apareció hace un año y medio, pero el Viejo se emborrachaba desde hace mucho      más, y no bien agarró ese vicio nos empezó a pegar a los tres. A Mirta y a mí nos daba con el cinto, duele bastante, pero a mamá le pegaba con el puño cerrado. Porque sí nomás, sin mayor motivo: porque la sopa estaba demasiado caliente, o porque estaba demasiado fría, o porque no lo había esperado despierta hasta las tres de la madrugada, o porque tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Después, con el    tiempo, mamá dejó de llorar. Yo no sé cómo hacía, pero cuando él le pegaba, ella ni siquiera se mordía los labios, y no lloraba, y eso al Viejo le daba todavía más rabia. Ella era consciente de eso, y sin embargo prefería no llorar.
Usted conoció a mamá cuando ella ya había aguantado y sufrido mucho, pero sólo cuatro años antes (me acuerdo perfectamente) todavía era muy linda y tenía buenos colores. Además era una mujer fuerte. Algunas noches,  cuando por fin el Viejo caía estrepitosamente   y de inmediato empezaba a roncar, entre ella y yo lo levantábamos y lo llevábamos hasta la cama. Era pesadísimo, y además aquello era como levantar un muerto. La que hacía casi toda la fuerza era ella. Yo apenas si me encargaba de sostener una pierna, con el pantalón todo embarrado y el zapato marrón con los cordones sueltos.
Usted seguramente creerá que el Viejo toda la vida fue un bruto. Pero no. A papá lo destruyó una porquería que le hicieron. Y se la hizo precisamente un primo de mamá, ese que trabaja en el Municipio. Yo no supe nunca en qué consistió la porquería, pero mamá disculpaba en cierto modo los  arranques del Viejo porque ella se sentía un poco responsable de que alguien de su propia familia lo hubiera perjudicado en aquella forma. No supe nunca qué clase de porquería le hizo, pero la verdad era que papá, cada vez que se emborrachaba, se lo reprochaba como si ella fuese la única culpable.
Antes de la porquería, nosotros vivíamos muy bien. No en cuanto a plata, porque tanto yo como mi hermana nacimos en el mismo apartamento (casi un conventillo) junto a Villa Dolores, el sueldo de papá nunca alcanzó para nada, y mamá siempre tuvo que hacer milagros para darnos de comer y comprarnos de vez en cuando alguna tricota o algún par de alpargatas. Hubo muchos días en que pasamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre), pero en esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba, ni nos pegaba, y a veces hasta nos llevaba a la matinée. Algún raro domingo en que había plata. Yo creo que ellos nunca se quisieron demasiado. Eran muy distintos. Aun antes de la porquería, cuando papá todavía no tomaba, ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía y no le hablaba a nadie, pero por lo menos no nos pegaba ni insultaba a mamá. Ojalá hubiera seguido así toda la vida.   Claro que después vino la porquería y él se derrumbó, y empezó a ir al boliche y a llegar siempre después de medianoche, con un olor a grapa que apestaba.
En los últimos tiempos todavía era peor, porque también se emborrachaba de día y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de que los vecinos escuchaban todos los gritos, pero nadie decía nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían miedo. También yo le tenía miedo, no sólo por mí y por Mirta, sino especialmente por mamá. A veces yo no iba a la escuela, no para hacer la rabona, sino para quedarme rondando la casa, ya que siempre temía que el Viejo llegara durante el día, más borracho que de costumbre, y la moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco y menudo que soy, y todavía entonces lo era más, pero quería  estar cerca para avisar a la policía. ¿Usted se enteró de que ni papá ni mamá eran de ese   ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado, no diré que tienen plata, pero por lo menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos de baño con bidet y bañera.
Después que pasó todo, Mirta se fue a vivir con mi abuela Juana, la madre de papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de mamá. Ahora casi se pelearon por recogernos, pero cuando papá y mamá se casaron, ellas se habían opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor tenían razón) y cortaron las relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía seis meses. Eso  me lo contaron una vez en la escuela, y yo le reventé la nariz al Beto, pero cuando se lo pregunté a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenía ganas de hablar con usted, porque (no sé qué cara va a poner) usted fue importante para mí, sencillamente porque fue importante para mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero creo que nunca pude decírselo.
Teníamos siempre tanto miedo, que no nos quedaba tiempo para mimos. Sin embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía no sé qué, algo así como una emoción que no era lástima, sino una mezcla de cariño y también de rabia por verla todavía joven y tan  acabada, tan agobiada por una culpa que no era la suya, y por un castigo que no se merecía. Usted a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre era inteligente, por cierto bastante más que mi padre, creo, y eso era para mí lo peor: saber que ella veía esa vida horrible con los ojos bien abiertos, porque ni la  miseria, ni los golpes, ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla. La ponían triste, eso sí. A veces se le formaban unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le pasaba algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala conmigo. Ni con nadie. Pero antes de que usted apareciera, yo había notado que cada vez estaba más deprimida, más apagada, más sola. Tal vez fue por eso que pude notar mejor la diferencia. Además, una noche llegó un poco tarde (aunque siempre mucho antes que papá) y me miró de una manera distinta, tan distinta que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera vez se enterara de que yo era capaz de comprenderla.
Me abrazó fuerte, como con vergüenza, y después me sonrió. ¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo sí me acuerdo. A mí me preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces al trabajo (en los últimos tiempos hacía el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué se trataba. Fue entonces que los vi. A usted y a ella. Yo también me quedé contento. La gente puede pensar que soy un desalmado, y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque mi madre engañaba a mi padre. Puede pensarlo. Por eso nunca lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso para mí fue algo así como una suerte.   Porque ella se merecía que la quisieran. Usted la quería, ¿verdad que sí? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro que al Viejo también trato de comprenderlo. Es difícil, pero trato. Nunca lo pude odiar, ¿me entiende? Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre. Cuando nos pegaba, a Mirta y a mí, o cuando arremetía contra mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima. 
Lástima por él, por ella, por Mirta, por mí. También la siento ahora, ahora que él ha matado a mamá y quién sabe por cuánto tiempo estará preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace por lo menos un mes que voy a visitarlo a Miguelete y acepta verme. Me resulta extraño verlo al natural, quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría de las veces no me dice nada. Yo creo que cuando salga, ya no me va a pegar. Además, yo seré un hombre, a lo mejor me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a mis hijos no les pegaré, ¿no le parece? Además estoy seguro de que papá no habría hecho lo que hizo si no hubiese estado tan borracho. ¿O usted cree lo contrario? ¿Usted cree que, de todos modos, hubiera matado a mamá esa tarde en que, por seguirme y castigarme a mí, dio finalmente con ustedes dos?
No me parece. Fíjese que a usted no le hizo nada. Sólo más tarde, cuando tomó más grapa que de costumbre, fue que arremetió contra mamá. Yo pienso que, en otras condiciones, él habría comprendido que mamá necesitaba cariño, necesitaba simpatía, y que él en cambio sólo le había dado golpes. Porque mamá era buena. Usted debe saberlo tan bien como yo. Por eso, hace un rato, cuando usted se me acercó y me invitó a tomar un capuchino con tostadas, aquí en el mismo café donde se citaba con ella, yo sentía que tenía que contarle to-  do esto. A lo mejor usted no lo sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá era muy callada y sobre todo no le gustaba hablar de sí misma. Ahora estoy seguro de que hice bien. Porque usted está llorando, y, ya que mamá está muerta, eso es algo así como un premio para ella, que no lloraba nunca.
—Mario Benedetti


2020-08-02 0 comentarios

Beatriz, la polución

Dijo el tío Rolando que esta ciudad se está poniendo imbancable de tanta polución que tiene. Yo no dije nada para no quedar como burra pero de toda la frase sólo entendí la palabra ciudad. Después fui al diccionario y busqué la palabra imbancable y no está. El domingo, cuando fui a visitar al abuelo le pregunté qué quería decir imbancable y él se ríó y me explicó con buenos modos que quería decir insoportable. Ahí sí comprendí el significado porque Graciela, o sea mi mami, me dice algunas veces, o más bien casi todos los días, por favor Beatriz por favor a veces te pones verdaderamente insoportable. Precisamente ese mismo domingo a la tarde me lo dijo, aunque esta vez repitió tres veces por favor por favor por favor Beatriz a veces te pones verdaderamente insoportable, y yo muy serena, habrás querido decir que estoy imbancable, y a ella le hizo gracia, aunque no demasiada pero me quitó la penitencia y eso fue muy importante. La otra palabra, polución, es bastante más difícil. Esa sí está en el diccionario. Dice, polución: efusión de semen. Qué será efusión y qué será semen. Busqué efusión y dice: derramamiento de un líquido. También me fijé en semen y dice: semilla, simiente, líquido que sirve para la reproducción. O sea que lo que dijo el tío Rolando quiere decir esto: esta ciudad se está poniendo insoportable de tanto derramamiento de semen. Tampoco entendí, así que la primera vez que me encontré con Rosita mi amiga, le dije mi grave problema y todo lo que decía el diccionario. Y ella: tengo la impresión de que semen es una palabra sensual, pero no sé qué quiere decir. Entonces me prometió que lo consultaría con su prima Sandra, porque es mayor y en su escuela dan clase de educación sensual. El jueves vino a verme muy misteriosa, yo la conozco bien cuando tiene un misterio se le arruga la nariz, y como en la casa estaba Graciela, esperó con muchísima paciencia que se fuera a la cocina a preparar las milanesas, para decirme, ya averigüé, semen es una cosa que tienen los hombres grandes, no los niños, y yo, entonces nosotras todavía no tenemos semen, y ella, no seas bruta, ni ahora ni nunca, semen sólo tienen los hombres cuando son viejos como mi padre o tu papi el que está preso, las niñas no tenemos semen ni siquiera cuando seamos abuelas, y yo, qué raro eh, y ella, Sandra dice que todos los niños y las niñas venimos del semen porque este liquido tiene bichitos que se llaman espermatozoides y Sandra estaba contenta porque en la clase había aprendido que espermatozoide se escribe con zeta. Cuando se fue Rosita yo me quedé pensando y me pareció que el tío Rolando quizá había querido decir que la ciudad estaba insoportable de tantos espermatozoides (con zeta) que tenía. Así que fui otra vez a lo del abuelo, porque él siempre me entiende y me ayuda aunque no exageradamente, y cuando le conté lo que había dicho tío Rolando y le pregunté si era cierto que la ciudad estaba poniéndose imbancable porque tenía muchos espermatozoides, al abuelo le vino una risa tan grande que casi se ahoga y tuve que traerle un vaso de agua y se puso bien colorado y a mí me dio miedo de que le diera un patatús y conmigo solita en una situación tan espantosa. Por suerte de a poco se fue calmando y cuando pudo hablar me dijo, entre tos y tos, que lo que tío Rolando había dicho se refería a la contaminación atmosférica. Yo me sentí más bruta todavía, pero enseguida él me explicó que la atmósfera era el aire, y como en esta ciudad hay muchas fábricas y automóviles todo ese humo ensucia el aire o sea la atmósfera y eso es la maldita polución y no el semen que dice el diccionario, y no tendríamos que respirarla pero como si no respiramos igualito nos morimos, no tenemos más remedio que respirar toda esa porquería. Yo le dije al abuelo que ahora sacaba la cuenta que mi papá tenía entonces una ventajita allá donde está preso porque en ese lugar no hay muchas fábricas y tampoco hay muchos automóviles porque los familiares de los presos políticos son pobres y no tienen automóviles. Y el abuelo dijo que sí, que yo tenía mucha razón, y que siempre había que encontrarle el lado bueno a las cosas. Entonces yo le di un beso muy grande y la barba me pinchó más que otras veces y me fui corriendo a buscar a Rosita y como en su casa estaba la mami de ella que se llama Asunción, igualito que la capital de Paraguay, esperamos las dos con mucha paciencia hasta que por fin se fue a regar las plantas y entonces yo muy misteriosa, vas a decirle de mi parte a tu prima Sandra que ella es mucho más burra que vos y que yo, porque ahora sí lo averigüé todo y nosotras no venimos del semen sino de la atmósfera.
—Mario Benedetti
 

2020-08-01 0 comentarios

El sexo de los ángeles

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.
Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.
Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.
Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. El dice: “Alud” y ella, tiernamente: “Abismo”.
Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.
Ángel dice: “Madero”. Y Ángela: “Caverna”.
Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.
Él dice: “Manantial”. Y ella: “Cuenca”.
Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.
Ángel dice: “Estoque”, y Ángela, radiante: “Herida”. El dice: “Tañido”, y ella: “Rebato”.
Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.
—Mario Benedetti


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