2020-10-04

Una noche...

Una noche,
Una noche, toda llena de perfumes, de murmullos y de
músicas de alas,
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las
luciérnagas
fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban
y eran una
y eran una
y eran una sola sombra larga!
Y eran un sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
Ilena de las infinitas amarguras y agonias de tu muerte
separado de ti misma por la sombra, por el tiempo
y la distancia,
por el instinito negro
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chillido
de las ranas.
Sentí frío, ¡era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas
entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
era el frío de la nada...
Y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola, ¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de
músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas
Oh las sombras enlazadas que buscan y se juntan en las
noches
de negruras y de lágrimas!
—Una noche,
Una noche, toda llena de perfumes, de murmullos y de
músicas de alas,
una noche
en que ardían en la sombra nupcial y húmeda las
luciérnagas
fantásticas,
a mi lado, lentamente, contra mí ceñida toda,
muda y pálida
como si un presentimiento de amarguras infinitas
hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,
por la senda que atraviesa la llanura florecida
caminabas,
y tu sombra,
fina y lánguida,
y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
sobre las arenas tristes
de la senda se juntaban
y eran una
y eran una
y eran una sola sombra larga!
Y eran un sola sombra larga!
Y eran una sola sombra larga!
Esta noche
solo, el alma
Ilena de las infinitas amarguras y agonias de tu muerte
separado de ti misma por la sombra, por el tiempo
y la distancia,
por el instinito negro
donde nuestra voz no alcanza,
solo y mudo
por la senda caminaba,
y se oían los ladridos de los perros a la luna,
a la luna pálida,
y el chillido
de las ranas.
Sentí frío, ¡era el frío que tenían en la alcoba
tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas
entre las blancuras níveas
de las mortuorias sábanas!
Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,
era el frío de la nada...
Y mi sombra,
por los rayos de la luna proyectada,
iba sola,
iba sola, ¡iba sola por la estepa solitaria!
Y tu sombra esbelta y ágil,
fina y lánguida,
como en esa noche tibia de la muerta primavera,
como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de
músicas de alas,
se acercó y marchó con ella,
se acercó y marchó con ella... ¡Oh las sombras enlazadas
Oh las sombras enlazadas que buscan y se juntan en las
noches
de negruras y de lágrimas!
—José Asunción Silva


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