Anhelaba dar, en una epifanía divina, con la mujer de sus sueños, pero se le apareció a lo lejos un animal. Era una yegua indómita; en toda la erótica extensión de su cuerpo brillaba una fuerza cósmica: estaba en celo. Entonces, el hombre relinchó.
La hembra saltó la cerca y corrió a su encuentro, pero arrastró una imprevista manada de caballos.
Sobre la carrera, el hombre saltó sobre ella, trató de aterrarse de las ancas y poseerla al ritmo ardiente del galope, pero como ignoraba el difícil arte de amar en plena fuga, delante de los enemigos y en medio de la persecución, se desprendió del cielo, rodó por el polvo y fue arrollado por la llamarada de crines y el caudaloso fragor de cascos que los perseguían.
—Guillermo Velásquez Forero, La bestia divina
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