2020-10-13

RESPONSO POR LA MUERTE DE UN BURÓCRATA


Se te ha borrado súbitamente el mundo
como la lámpara que trasladan a otro aposento.
Ahora son tus tres eternidad de sombra
pues tus sentidos se enfrentan a una nueva inocencia.
Déjame, hermano mio, humedecer mi alma
con la lluvia de tus células bajo la piedra.
Déjame ahora aspirar el olor que tuviste un domingo.
el olor de tu traje ese domingo entre lilas,
cuando descubriste, con ternura parecida alremordimiento,
la cintura de tu mujer
al desnudar una naranja frente al retrato de tu padre.
Déjame recordar el puntito de grasa
en tu corbata de hombre numerado
cuando acariciabas la silueta de una artista de cine
con tus dedos azorados en la gaveta.del escritorio.
Déjame, ¡oh burócrata!, llorar por tus quincenas atrasadas
y tus piyamas demasiado sucias
por las imperceptibles cicatrices que dejaron en tu rostro
Sucesivas liturgias del jabón y la cuchilla de afeitar.
Porque ahora eres profundo y hermoso
como un camino recordado desde otro país.
ya no buscarás tu nombre, hermano mio,
con tu apellido equivocado,
en la modesta narración de un cumpleaños
en el último rincón de un periódico.
Ni alisarás el cristal de tus lentes
mientras un monarca de papeleta
te amonesta por el pecado de retrasarte
contemplando la manana perfumada por el mugido de los eucaliptos
Ni llorarás por la huella de las estaciones
sobre un adiposo libro de contabilidad.
Ahora, pariente delicado del gusano y el ángel,
te disuelves levemente mientras el calendario revolotea sin sentido
sobre las excrecencias farmaceuticas que dejaste sobre tu lecho
Ya ha terminado el suplicio de los ruidos y los olores
que circundaron la monotonia de tus setenta años
Ahora —hombre alimentado por tantos y tan diminutos mendrugos—
has alcanzado, ¡por fin!, la gloria de la putrefacción
pues tu nombre es apenas un poco de tinta
que deshace la lluvia sobre el cartel de una esquina
o la rúbrica dibujada en el papelito
que acaban de arrojar a la canasta de desperdicios
¡Qué lejos, ahora, tu mechón sobre la frente
y la furiosa erección de tus células
Cuando olfateabas el abrigo de una secretaria
abandonado en el lavabo de tu oficina.
Que lejos ahora la fruta del mediodia,
la revista semanal bajo la axila
y el zumbido de las moscas en tu ventana de convaleciente¡
¡Qué distante queda ahora de ti
el cinematógrafo de tu barrio
y la solterona que todos los días esperaba frente a tu puerta
el bus de las tres de la tarde!
¡Qué absurda te debe resultar en la cal del silencio
la disancia que media entre tus párpados y la mejilla de
cuando escuchabas la súplica de un préstamo tu amigo
a la puerta de un ministerio!
Acá has dejado la hojarasca de tus tarjetas timbradas,
las medias zurcidas en la maleta de tu tía.
la Palabra tul que pronunciabas cuando estabas triste.
Acá has dejado un bulto vago,
la memoria de una tos,
el gusto de tu mandibula cuando presentías el ácido de un limón
en la vitrina de un restaurante.
Desde tu ausencia,
desde la estrella que empieza a temblar
en tus zapatos con tacones comidos,
te veo ahora, poderoso y desnudo como la madera,
eterno ya, tranquilo,
con el paraíso conquistado
a través del purgatorio de tus copulaciones solitarias.
Te veo, —¡oh, dolorosamente extraño: ¡oh dulcisimo niño mío!—
en un círculo donde la destrucción
tiene la belleza y el orden
que hace vibrar el oculto lirio de las estatuas.
Te veo aureolado por un ascua magnífica,
en el centro de tu gran llaga,
santificado por la crepitación de tus líquenes,
impartiendo un nuevo ritmo a la lombriz y al estiércol.
Y acá arriba, ¡Dios mío, acá arriba!, entre árboles y casas
e impalpable ceniza,
tu nómina de huesos buscándote como un perro enlutado.
—Héctor Rojas Herazo


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